FORMACIÓN HUMANA PARA DÉCIMO AÑO


Conferencia General Octubre 1977logo pdf
La luz del evangelio
por el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia
N. Eldon TannerLas primeras palabras que aparecen en la Biblia son:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz,
Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.” (Génesis 1: 1-4.)
Por esta escritura nos damos cuenta de que Dios sabia que debía haber luz porque la luz era buena, y la separó de la obscuridad.
¿Por qué dijo Dios: “Sea la luz”?
Primero debemos establecer qué es la luz. ¿Cómo se definiría?  A menudo damos por entendidas algunas cosas aparentemente comunes sin poder definirlas.  El término luz tiene varios significados en la ciencia y la filosofía, pero para simplificarlo nos concentraremos en la definición ideológica del diccionario que un “agente físico que hace visibles los objetos”; y también “esclarecimiento o claridad de la inteligencia”.
Aun cuando los científicos varían en su entendimiento de la naturaleza de la luz, dicen que toda la energía tiene su origen en la luz (la mayoría proveniente del sol).
Sabemos que sin la luz no podemos ver lo que nos rodea ni adónde nos dirigimos; y sin luz espiritual no podemos tener conocimiento ni comprensión.
Sabemos que muchas personas cuyos ojos no pueden ver, no son relegadas a la oscuridad porque gozan de la misma oportunidad que otros tienen de iluminar su mente a través de la luz espiritual.
La obscuridad es descrita como una “falta de luz y claridad para percibir las cosas. . . bajeza en la condición social.
Falta de luz y conocimiento en el alma…” La obscuridad absoluta sería entonces la ausencia de luz y verdad, de manera que no existiría la inteligencia.
Aclaremos algo más estos significados refiriéndonos a las Escrituras.  En Juan leemos:
“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12.)
Jesús dijo también, refiriéndose a sí mismo como al Hijo de Dios:
“El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
Mas el que practica la verdad viene a la luz.” (Juan 3:18-2 l.)
Isaías predijo la apostasía y la obscuridad que cubriría la tierra y su pueblo, diciendo:
“Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno.
Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados. . .” (Isaías 24:5-6.)
“Porque he aquí que tinieblas cubrían la tierra; y obscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria.” (Isaías 60:2.)
Este período de la apostasía fue conocido como la época del oscurantismo, porque la luz del evangelio fue quitada de la tierra.
En las revelaciones modernas el Señor ha declarado:
“Y cuando viniere el tiempo de los gentiles, resplandecerá una luz entre los que se encuentran en las tinieblas, y será la plenitud de mi evangelio.” (D. y C. 45:281
Se nos alienta a permanecer fieles mediante la promesa de una luz y conocimiento mayores, ya que El dijo:
“Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz, y persevera en Dios, recibe más luz; y esa luz brilla más y más hasta el día perfecto.” (D. y C. 50:24.)
“Y si sincero fuere vuestro deseo de glorificarme, vuestros cuerpos enteros se llenarán de luz, y no habrá tinieblas en vosotros; y aquel cuerpo que se halla lleno de luz comprende todas las cosas.” (D. y C. 88:67.)
¡Cuán glorioso y deseable! ¿Quién no querría esforzarse por alcanzar tal bendición?  Consideremos la siguiente descripción del Hijo de Dios:
“Aquel que ascendió en lo alto, así como descendió debajo de todo, por cuanto comprendía todas las cosas, a fin de que él fuese en todas las cosas y por en medio de todas las cosas, la luz de la verdad;
La cual verdad brilla.  Esta es la luz de Cristo.  Como que también está en el sol, y es la luz del sol, y el poder por el cual fue hecho.
. . . Y es la luz de la luna…  . . .Como también la luz de las estrellas
Y la tierra también, y el poder de ella, aun la tierra sobre la que os halláis.
Y la luz que brilla, que os alumbra, viene de aquel que ilumina vuestros ojos, que es la misma luz que vivifica vuestros entendimientos,
La cual procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio.
La luz que existe en todas las cosas, la que da vida a todas las cosas, la ley por la, cual se gobiernan todas las cosas, aun el poder de Dios, quien se sienta sobre su trono y existe en el seno de la eternidad, y en medio de todas las cosas.” (D. y C. 88:6-13.)
Me he referido a la apostasía y a la época llamada del oscurantismo.
Los profetas del Antiguo Testamento predijeron repetidamente la gran apostasía y se refirieron a la obscuridad que cubriría a la tierra y el pueblo.  Por las Escrituras citadas, se hace evidente que solo mediante el Espíritu de Cristo podemos ser iluminados y comprender la vedad, y que cuando se quitó el evangelio de la tierra, se retardó el progreso humano.
Es notable ver los adelantos efectuados en todos los aspectos del conocimiento, desde la restauración del evangelio y de la nueva investidura del poder de Dios, tal como fue dado al hombre mediante el Sacerdocio de Dios. Toda verdad es discernida mediante el Espíritu de Verdad o la Luz de Cristo, como lo verifica la siguiente escritura:
“Porque la palabra del Señor es verdad; y lo que es verdad, es luz; y lo que es luz, es Espíritu, aun el Espíritu de Jesucristo.” (D. y C. 84:45.)
Mientras nuestro Salvador soportaba la agonía de la crucifixión, hubo obscuridad sobre la faz de la tierra. Lucas registra:
“Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
Y el sol se obscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad.
Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” (Lucas 23:44-46.)
Al mismo tiempo, los habitantes del continente americano aguardaban los acontecimientos predichos por sus profetas con relación a la crucifixión del Señor. En el tiempo designado aparecieron las señales y prodigios, y hubo tormentas y tempestades, con rayos como jamás se habían visto antes; una grande y terrible destrucción cambió la faz de la tierra, después de lo cual se produjo una densa obscuridad que duró por espacio de tres días.
“Y no hubo luz a causa de la densa obscuridad, ni velas, ni antorchas; ni podía encenderse el fuego con su leña menuda y bien seca, de modo que no hubo luz.
Y no se veía ninguna luz, ni fuego, ni vislumbre, ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, por ser tan densos los vapores de obscuridad que cubrían la faz de la tierra.” (3 Nefi 8:21-22.)
La obscuridad se disipó ante la aparición del Señor resucitado, quien vino a visitar a sus otras ovejas de las que se habla en Juan, cuando el Señor dijo:
“También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.” (Juan 10: 16.)
En la primera visión de José Smith, en preparación para la restauración del evangelio, hallamos la evidencia más poderosa del contraste entre la luz y las tinieblas.  Tratando de encontrar la verdadera Iglesia, José leyó el pasaje de las Escrituras que se encuentra en Santiago y que dice:
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (Santiago 1: 5.)
Determinado a seguir el consejo, se retiró a un bosque para intentarlo.  Citaré su relato y os pido que pongáis atención a las partes en que se hace referencia a la obscuridad y la luz:
“Después de haberme retirado al lugar que previamente había designado… me arrodillé y empecé a elevar a Dios los deseos de mi corazón.  Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que completamente me dominó, y fue tan asombrosa su influencia que se me trabó la lengua de modo que no pude hablar.  Una espesa niebla [obscuridad]se formó alrededor de mí, y por un tiempo me pareció que estaba destinado a una destrucción repentina.
Mas esforzándome con todo mi aliento para pedirle a Dios que me librara del poder de este enemigo que me había prendido, y en el momento preciso en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción—no a una ruina imaginaria, sino al poder de un ser efectivo del mundo invisible que tenía tan asombrosa fuerza cual jamás había sentido yo en ningún ser— precisamente en este momento de tan grande alarma vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
No bien se hubo aparecido, cuando me sentí libre del enemigo que me tenía sujeto.  Al reposar la luz sobre mí, vi a los Personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción, en el aire arriba de mí.  Uno de ellos me habló, llamándome por nombre, y dijo, señalando al otro: ¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!” (José Smith 2:15-17.)
Se le dijo a José que no se uniera a ninguna de las iglesias existentes.  El siguió la instrucción y continuó viviendo su vida normal hasta que se sintió impulsado a buscar nuevamente la guía y:
“. . . perdón de todos mis pecados e imprudencias; y también una manifestación, para saber de mi condición y posición ante El; porque tenía la más completa confianza de obtener una manifestación divina, como había acontecido anteriormente.”
Relata José:
“Encontrándome así en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en mi cuarto, y que siguió aumentándose hasta que el cuarto quedó más iluminado que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus pies no tocaban el suelo.
. . . toda su persona brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago.  El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la brillantez que había en torno de su persona.  Cuando lo vi por primera vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí.” (José Smith 2:30, 32)
Ese personaje era el ángel Moroni, quien le entregó un mensaje relacionado con las planchas de oro de las que fue traducido el Libro de Mormón.  Este acontecimiento dio lugar a la restauración del evangelio (también predicho por profetas del Antiguo y Nuevo Testamento), y a la luz y conocimiento adicionales que los hombres pueden disfrutar aceptando las enseñanzas de Jesucristo y por medio de la influencia del Sacerdocio de Dios, que es el poder de Dios dado a los hombres para actuar en su nombre.
Cada persona tiene el derecho, y puede tener en su vida la luz de Cristo como una influencia poderosa, pero debe ganar ese privilegio y bendición.  Cada uno debe vivir dignamente para poder disfrutar de las bendiciones del Señor.  Esto significa que debemos conocer, comprender y guardar sus mandamientos.  Mediante los principios salvadores del evangelio, podemos utilizar la luz en nuestra vida para disipar la obscuridad del mundo, y desbaratar los planes del príncipe de las tinieblas, aun Satanás, quien juró destruir a la humanidad y el glorioso plan de vida y salvación creado por Dios y su Hijo Jesucristo.
En la actualidad tenemos un Profeta de Dios sobre la tierra, mediante el cual Dios habla al hombre de la misma forma que lo hizo en la antigüedad, y al aceptar sus consejos recibiremos más luz y conocimiento.
Los padres tiene la especial responsabilidad de enseñar a sus hijos la importancia de seguir la luz y evitar la obscuridad.  Esto se aplica tanto a los aspectos espirituales como físicos.  Es un hecho que la mayor parte de las maldades se llevan a cabo bajo el manto de la obscuridad.  El Señor ha advertido:
“Y además, si hubiere en Sión, o en cualquiera de sus estacas organizadas, padres que tuvieren hijos, y no les enseñan a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, cuando éstos tuvieren ocho años de edad, el pecado recaerá sobre las cabezas de los padres. . .
Y también han de enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.” (D. y C. 68:25, 28.)
Nuestros hijos deben saber que ellos son en realidad hijos espirituales de Dios y que El les ama y desea que logren el éxito y sean felices.  El dará a cada uno de nosotros, tal como lo hizo con José Smith y con cada uno de sus hijos desde Adán hasta el presente, una respuesta a nuestras oraciones, la reconfortante influencia del Espíritu Santo y la luz y conocimiento que necesitamos para evitar los tropiezos en la obscuridad.
Quisiera mencionar la letra de una canción muy dulce que tiene un gran significado.  Se intitula: “Buscad la lucecita” y contiene el siguiente mensaje:
Cuando difícil es decir
lo que está bien y lo que está mal,
Cuando difícil es saber qué hacer,
Cuando el camino aparece sombrío
y tropezamos por doquier,
Esto es lo que debemos hacer:
Busquemos la luz brillante,
La que llevamos adentro,
Que brilla más que un diamante.
Él camino a seguir nos mostrará,
y jamás se opacará.
Con el Padre Eterno nuestro
Mantengamos armonía,
Pues El fue quien nos dio esa luz
Que nos alumbra y nos guía.
Se nos advierte continuamente que debemos caminar a la luz del evangelio, viviéndolo y enseñándolo a todo el mundo; y el Señor ha dicho:
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:16.)
Que cada uno de nosotros viva de tal forma que, mediante nuestras justas obras y la luz de Cristo en nuestra vida, podamos contribuir al amanecer de un día más brillante en este oscuro y conturbado mundo; lo ruego en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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